Cinturones Verdes
. . . . Hoy quiero abrir mi ventana imaginaria al mundo y extasiarme en el verde que nos regala la naturaleza, . . . el verde, que se derrama sin limites, por toda nuestra America, bendita tierra, llena de colores. . . de olores. . del verde, que irónicamente. . ., pinta Africa. . .
y allí me quiero detener, y hablar de un proyecto interesante, una excelente idea. . .nacida de esta mujer increíble que fue Wangari Maathai originaria de Nyeri, Kenia, nacio en 1940, una época en la que las mujeres, sobre todo las de raza negra, no tenían oportunidad de estudiar. Ella lo hizo. A la escuela en Kenia le siguió la carrera de biología en Estados Unidos y Alemania, y el doctorado en medicina veterinaria en Kenia. Fue la primera mujer negra doctorada de África Oriental y Central. La ecología y los derechos humanos, especialmente los de la mujer, fueron las causas a las que dedicó su vida. Un día decidió plantar un árbol en un pequeño jardín. A ese árbol le siguieron muchos más, y a ella la siguieron miles de mujeres. En 1977 creó el Movimiento Cinturón Verde (Green Belt Moviment) destinado a la plantación de árboles para salvar el planeta, y que persigue plantar un cinturón verde de árboles que atraviese toda África, desde el océano Índico hasta el Atlántico. A lo largo de 40 años han sido casi 50 millones los árboles que ha plantado y 80.000 las mujeres campesinas que viven gracias a su trabajo en los viveros creados por su Movimiento. Durante toda su vida luchó por defender la justicia y los derechos humanos. La lucha contra el cambio climático y la defensa de una mayor presencia de la sociedad civil en la política
fueron dos de sus
máximas prioridades. Era consciente, fue de las primeras en serlo, de que
ecología, paz, desarrollo y derechos humanos son conceptos que están
íntimamente ligados. Se enfrentó a la dictadura de su país y a las grandes
multinacionales que esquilmaban su tierra. Fue detenida y encarcelada muchas
veces. Jamás se dio por vencida: “Toda persona que haya logrado algo ha sido
derribada varias veces. Pero todas ellas se han levantado y han continuado, y
eso es lo que siempre he tratado de hacer” Llegó a ser Vice-Ministra de medio
ambiente de Kenia y en 2004 recibió el Premio Nobel de la Paz. Se llamaba
Wangari Maathai y era conocida como la mujer árbol. Murió el 25 de
septiembre de 2011, aunque ella sigue viva porque, como solía decir: “La experiencia me
ha enseñado que servir a los otros tiene su recompensa. Los seres humanos
pasamos demasiado tiempo acumulando, pisoteando, negando a otras personas. Y
sin embargo, ¿quiénes son los que nos inspiran incluso después de muertos?
Quienes sirvieron a otros que no eran ellos”
Wangari Maathai
pertenecía a la etnia de los kikuyu.
La cultura africana
siempre ha girado en torno al árbol. No sólo por la riqueza de
sus frutos, de su
madera o por contribuir a evitar la desertización. El árbol en África es un
símbolo de vida, de unión con la tierra, pero también es un símbolo de paz.
Wangari Maathai lo explicaba muy bien cuando recordaba su infancia: “Muchas
comunidades en Kenia, y estoy segura que en todas partes de África, tenían el
concepto de árboles de la paz. Cuando los ancianos trataban de lograr la
reconciliación entre comunidades e individuos solían sentarse alrededor de
árboles específicos. Entre los kikuyu el árbol de la paz era una especie
llamada Thigi. Es más bien un arbusto que un árbol, con muchos retoños. Solían
cortarse varas de los retoños que se entregaban a los ancianos como símbolo de
autoridad. Los ancianos llevaban estas varas a todas partes donde iban. Cuando
encontraban gente que se estaba peleando empezaban por dialogar con ellos y, si
pronunciaban un juicio de que no existía razón para el desacuerdo,
colocaban la vara entre las partes en riña. Una vez hecho esto, los
protagonistas debían separarse y declararse reconciliados. Los árboles Thigi
eran comunes y estaban protegidos. Estaba prohibido cortarlos para ningún otro
fin o usarlos para construcción o leña. Pero ahora han desaparecido. Desaparecieron porque ya no se los
valoraba. Ya no se obligaba a la gente a ser reconciliada por los ancianos de
la comunidad. Con el colonialismo toda esta estructura fue destruida. Ahora,
cuando las personas tienen un conflicto, recurren a la violencia. Ya no hay más
árboles Thigis y hay muchos más conflictos” Wangari Maathai intentó recuperar
esta tradición de los árboles de la paz plantando árboles para exigir la puesta
en libertad de los presos de conciencia.
Las consecuencias de
la deforestación de la tierra son enormes: “La migración de Sur a Norte ocurre,
en parte, porque los migrantes están dejando atrás un medio ambiente muy
degradado a causa del mal gobierno y de una distribución muy pobre de los
recursos. No puede haber paz sin un desarrollo equitativo, y no puede haber un
desarrollo equitativo sin una gestión sostenible del medio ambiente en un
espacio democrático y pacífico. A veces se tiene la impresión de que la gente
pobre destruye el medio ambiente. Pero esas personas están tan agobiadas por la
lucha por la vida que no pueden preocuparse por los daños a veces irreparables
que están causando al entorno para satisfacer sus necesidades más esenciales.
Así, paradójicamente, los más desfavorecidos, cuya supervivencia depende de la
naturaleza, son también en parte responsables de su destrucción. En algunas regiones de Kenia, las mujeres recorren
kilómetros para procurarse leña en los bosques porque en las cercanías de sus
aldeas ya no quedan árboles. Cuando escasea el combustible, deben caminar cada
vez más lejos para obtenerlo. El resultado es que se preparan menos comidas
calientes, la nutrición se resiente y el hambre aumenta. El continente africano
necesita ayuda internacional para mejorar su situación económica. Pero la mayor
parte de la ayuda exterior para África es más bien una terapia de supervivencia
frente a flagelos sociales: programas de socorro contra el hambre, asistencia
alimentaria, control de la natalidad, campamentos de refugiados, fuerzas de
mantenimiento de la paz,
Siguiendo su
ejemplo, Naciones Unidas está llevando a cabo una campaña para la plantación de
mil millones de árboles. La idea fue de ella cuando un grupo empresarial
norteamericano le manifestó que tenía la intención de plantar un millón de
árboles y ella les respondió: “Me parece magnífico, pero lo que realmente
necesitamos es plantar mil millones de árboles”
Demostró
que plantar un árbol es hoy un acto revolucionario, que la revolución se puede
y se debe hacer plantando árboles, que los árboles pueden acabar con el hambre
y la injusticia, que pueden devolvernos la paz, que permiten que la gente se dé cuenta de que
pueden hacer algo para que esto cambie, que nos recuerdan que todavía
estamos a tiempo, y que, como no lo hagamos pronto, nuestro futuro, el del
planeta y el de nuestros hijos, habrá muerto.
Un proverbio inglés
dice que quien planta un árbol ama a los demás. Wangari Maathai nos amó a todos
al demostrarnos que un pequeño gesto como plantar un árbol puede cambiar el
mundo.
Yo . . . . ya plante mi árbol . . . . que espero me vea envejecer y sentarme a su sombra . . . . y . . . tu que estas esperando . . . .?????
Bienvenida , te tardas en demasía en escribir esos posteos interesantes.
ResponderEliminarGracias, me gusta mucho escribir, pero lamentablemente, para todo se necesita tiempo, y hay veces que no lo tengo. .
ResponderEliminarSaludos
Estamos en eso, en el tarea de ser sembradores en todo tiempo. Bacano blog.
ResponderEliminarSaludos ;-)
Hola Jorge, . . esta bueno eso de ser" siempre sembradores". . gracias por el elogio.
ResponderEliminarGuapa, buena síntesis de un tema harto interesante
ResponderEliminarMuy guay tu blog