Segunda oportunidad


Leo, el diario,. . . .  escucho la radio. . . .  me corre un escalofrio , con la desaparicion del avion , ruta Brasil.Francia
MI mente se detiene, en ese chico, que no tomo el avión. . . . . .  porque tenia vencido su pasaporte, y su amigo americano, que para no dejarlo solo, se quedo.-
Existe el destino??
Y de repente me recuerdo de una nota  que  lei , hace  bastante tiempo, el articulo se llamaba "segunda oportunidad", me conmovio en ese momento, y vuelvo a leerlo y me impacta nuevamente, es un compendio de historias,  de segundas oportunidades
, la lectura que te deja, es  que  enfrentarse a la muerte en una situación tan inesperada y tan clara le hace tomar a uno conciencia de que así como está, la vida no está". Categórico y sintético, así definió los alcances de su experiencia el ex ministro del régimen militar, Sergio Melnick, único sobreviviente de la tragedia aérea ocurrida el 20 de marzo de 1987 en San Felipe, en que murieron ocho personas. "Significó la conciencia mucho más patente de que lo único que tenemos es un pedacito de tiempo, y la vida está en saber qué se hace con ese tiempo", agregó seis años después del accidente, del cual, declaró entonces, recuerda "todo".

Experiencias límite como ésa son las que hacen aquilatar la existencia como si fuera una segunda oportunidad. Un andinista, un bomberos, dos pescadores y uno de los sobrevivientes de la tragedia de Los Andes se someten al ejercicio de ver volver y proyectarse hacia el futuro desde los más ásperos de sus recuerdos.


Los testimonios


"Habríamos firmado cadena perpetua a cambio de salir de ahí"

 

 

El cardiólogo Roberto Cannessa, uno de los 16 sobrevivientes de la tragedia de los Andes, estuvo en la zona en noviembre de 2002. Treinta años después de que el Fairchild F-227 de la Fuerza Aérea de Uruguay, en que viajaban los rugbistas del club Old Christians, se estrellara en la montaña, a la altura de San Fernando. Los pasajeros que quedaron con vida sufrieron infernales 71 días en medio de la nieve, expuestos a todo tipo de peligros y, a partir de un momento, sin más alimento que los cuerpos de sus amigos muertos.

"A veces me da pereza tener que contar la historia nuevamente, pero veo que la gente se emociona. De pronto hablás una o dos horas y el único movimiento que hacen es para secarse las lágrimas. Entonces mi teoría de que en el mundo tiene que haber más emoción y humanización es coherente con que yo tenga que hacer el esfuerzo de contarla".

"Fui un afortunado porque no me lastimé en el accidente y por eso tuve opción de ayudar a mucha gente y de tener un rol destacado en la montaña. De eso me vine a dar cuenta después. La historia nuestra tiene el valor de que gente ordinaria hizo cosas extraordinarias, lo que quiere decir que cualquiera en nuestro lugar podría haber hecho lo mismo".

"Este mundo es tan confortable que las necesidades se suplen apretando botones. Si tenés frío apretás la calefacción; si tenés calor prendés el aire acondicionado. La experiencia nuestra ilumina lo que es el interior más recóndito del ser humano en situaciones límite".

"El Dios que nos enseñaron en la escuela es un señor que está en el cielo, barbudo, que te manda los rayos desde arriba. El Dios que conocimos en Los Andes está al lado tuyo, paso a paso y es tu igual".

"Cualquier ser humano que, como nosotros, tenga sus propias cordilleras, tendrá que subirlas como pueda. También es urgente revisar su relación con la muerte y con Dios porque, evidentemente, hay una parte espiritual que nos permitió sobrevivir". "Cualquiera de los que sobrevivimos en Los Andes habríamos firmado cadena perpetua a cambio de salir de ahí. Un preso en cadena perpetua al lado de un sobreviviente de los Andes era un rey porque tenía casa, comida y no tenía que luchar a diario para no morir".

"Me acuerdo perfectamente del ruido de la nieve cuando caía. El frío ya no lo siento, pero me acuerdo de la desesperación de querer salir y no poder, de esa angustia constante de ver fracasar tantas ilusiones y posibilidades de rescate. Escuchás que en Chile la gente está paseando y tomando helado, que viene el verano y vos estás ahí, al lado de la muerte".

- ¿Alguna vez te condenaron por haber comido carne humana?

"No para nada. Además, no respeto la opinión de quien no estaba en los Andes en ese momento. El mundo nos decretó muertos, entonces con qué autoridad van a opinar. Era una situación donde no teníamos más elección que entre vivir o morir. Después de muerto a mí me habría gustado que gracias a mí, los demás hubieran podido salir de la montaña".

 

 

 

 

Una noche triste en la altura de la cordillera de los Andes

 

 

 

Ese fin de semana largo -el 1 de mayo había caído jueves- Germán Olate (41, contador auditor, casado, dos hijas) y un grupo de amigos del Club Alemán de Excursionismo de Valparaíso ascendían el cerro Gloria de 4.479 metros, en el sector de Portillo, tras armar campamento base a punta de mulas y vituallas. El día 2 de mayo comenzó temprano la ascensión y no pensaron que los sorprendería un resbalón cerca de los tres mil 800 metros de altura.

"Se me soltó el crampón en un punto difícil y por más que traté de anclar el piolet, no pude: el hielo estaba muy duro. Me deslicé unos 30 metros y no iba atado a cuerda. Ahora pienso que fue mejor. Si hubiéramos ido encordados, habríamos caído todos".

"Debo haber perdido el conocimiento unos segundos porque de lo único que me acuerdo es que no podía respirar. Claro, me había perforado un pulmón. También recuerdo la caída en un tramo corto, en que atiné a taparme la cara y sentí cómo se me rompían los huesos. Politraumatismo con fractura de escápula; fracturas de clavícula, en la mano derecha y en nueve costillas, además de la perforación del pulmón, según supe después".

"Con el celular llamamos a Carabineros y al Servicio Aéreo de Rescate. Mis compañeros de ascensión me acomodaron y empezaron a construir una pirca para protegernos del frío y del viento porque el accidente ocurrió como a las 11.30 y el helicóptero del SAR apareció cerca de las 7.30 del día siguiente. Estuve aproximadamente 20 horas esperando con tres amigos que me acompañaron, pues los demás bajaron al campamento base. En jerga de andinista, pasamos una noche triste. Había tomado puros analgésicos y durante la noche no aguantaba el dolor".

"Cuando llegó el helicóptero, me inmovilizaron, me pusieron un cuello cervical, me amarraron a una camilla y me subieron junto a un amigo de cordada. Como iba en pésimas condiciones, no me di cuenta de que este aparato se iba a estrellar. De pronto empezó a golpear con la estructura trasera contra una parte del cerro; desde el suelo veía las aspas que se empezaban a deformar, oía gritos y caímos. No lo podía creer".

"Los tripulantes abrieron la puerta y me sacaron para arrancar. Avanzaron conmigo por el suelo alejándonos del helicóptero, hasta que nos distanciamos unos 20 metros. La gente estaba choqueada y pensaba que el helicóptero iba a explotar. Pero afortunadamente eso no pasó. Empezaron a sonar las radios de comunicaciones y así dieron aviso de nuestra caída".

"Al rato llegó otro helicóptero que estaba en la zona. El enfermero, el mecánico y dos tripulantes me subieron y me llevaron a la Posta Central de Santiago. Mi amigo no quiso subir y yo tampoco quería, pero en mi caso no había otra posibilidad. Llegamos. Me dieron morfina, me estabilizaron y me hicieron una pequeña operación. Súper buenos profesionales. Con tan pocos recursos materiales hacen maravillas. Debo haber estado dos o tres días ahí. Después al Hospital del Tórax y luego al IST de Viña del Mar, donde me operaron. Mi recuperación fue excelente. Volví a trabajar como al mes y medio".

"Después del accidente creo que le he tomado más amor a la vida, a la familia, a disfrutar de los momentos buenos, a ayudar a los demás en la medida en que puedo y a apreciar todo en forma diferente. Son importantes los seres queridos y los amigos, pues sin la ayuda y compañerismo de ellos no hubiera podido sobrevivir. Uno se da cuenta de que en un momento puede tener todos los recursos materiales y que eso ni sirve ni basta. Las posibilidades de que hubiera muerto eran casi de un cien por ciento. Por eso siento que ésta es una segunda oportunidad y doy gracias a Dios por eso".

 

 

 

 

"Primero nos cayó una mar grande y nos empezamos a hundir"

 

 

 

El 9 de diciembre del año 2000, los pescadores Salvador Contreras, Benito Frías y Marco Antonio Zárate regresaban al Muelle de la Sudamericana en el "Tata Pepe" cargado con tiburones, en medio de un viento que pegaba fuerte. De pronto una ola cayó sobre el bote, que comenzó a hundirse. Contreras empezó a devolverle pescado a la mar como si quisiera calmarla y torcerle la mano, pero otra ola volcó la embarcación. Buzo experimentado, dejó su vida a la cuadra de Los Vilos y si su cuerpo no se perdió en el océano fue porque sus amigos lo ataron al bongo. Frías ahora pesca en Caldera y es Zárate (29 años) quien relata:

"Primero nos cayó una mar grande, como de seis metros; nos llenó de agua y nos empezamos a hundir. Salvador botó harto pescado para alivianar el bote y entonces salimos a flote, pero vino otra mar y nos dio vuelta. Esto pasó como a las seis de la tarde y estábamos a una cuarenta millas de Valparaíso. Como a las doce, Salvador tiritaba y tiritaba, hasta que cayó. Nosotros amarramos su cuerpo al bote para no perderlo".

"Estábamos encima del bongo volcado y con nuestro compañero al lado. Un día, otro día, con frío, con hambre y con sed. Primero no nos dejábamos vencer, pero después estábamos cansados y débiles. Yo pensaba que nos íbamos a morir y, bueno, a veces también me entregaba y me me sentía caer".

"No sé cuánto duró todo eso, es difícil calcular...después supimos que fueron 48 horas. Me acuerdo que de repente sentimos un avión. Lo vimos chiquitito primero y después más cerca; era un avión de la Armada. Le hicimos señas, pero no sé, yo vi que pasó de largo...Terrible. Después dio la vuelta y ahí estuvimos seguros de que nos habían visto y nos venían a rescatar".

"Del avión nos tiraron una balsa, pero cayó un poco lejos del bote y nosotros no sabemos nadar. ¿De qué sirve saber nadar cuando uno se queda solo en la mar? ¡De nada, pues, si a uno le entra la hipotermia altiro! Así es que después apareció un helicóptero y de arriba se lanzó un buzo que nos fue subiendo a los tres con arnés. Nos llevaron al Hospital Naval y estuvimos bien abrigados".

"Yo no tuve problemas para volver a subirme al bote ni nada. Claro que cuando sopla mucho viento...Hace mucho que trabajo en esto, ¿qué otra cosa podría hacer? Además hay dos hijos que alimentar. ¿La muerte? Cuando llega, llega".

 

 

 

 

"Agarrado a un boyerín, no paré de moverme y nunca me entregué"

 

 

 

Jorge Vásquez Aedo, Jorge Carranza y Patricio Gómez se dirigían al Muelle de la Sudamericana, tras haber capturado unos 700 kilos de merluza. A ocho millas de la costa, a la cuadra de Punta Angeles, según recuerda el presidente del sindicato de pescadores del muelle, Carlos Araos, se les subió la mar por un costado y el "Ivón" empezó a hundirse. Era el 11 de agosto de 1999. Sólo sobrevivió Vásquez (52, casado, tres hijos, domiciliado en Montedónico):

"Hacía mucho viento y se nos embarcó la mar por la popa. El bote se llenó de agua y se hundió. Yo tampoco sé nadar porque afuera no sirve: a usted le viene el calambre, la hipotermia y hasta ahí no más llegó. Mis compañeros estaban en el bote; yo me solté y me agarré de un boyerín. Como esto ya me había pasado antes, claro que esa vez fue cerca de La Torpederas y me sacaron altiro, me preocupé de moverme y nunca me entregué".

"Ahí estaba, afirmado del boyerín, cuando dejé de ver a mis compañeros, que quedaron en la popa. Al principio nos divisábamos, pero igual no podíamos hacer nada porque sólo quedaba parte de la popa arriba y lo demás estaba hundido. Deben haber pasado unos diez minutos y se me perdieron. A todo esto corría el tiempo. Unas tres horas, creo, y de repente aparece la lancha".

"Cuando hay un naufragio quedan cosas flotando. Remos, redes y todo eso. Entonces la gente de esta lancha, la 'Moisés' de San Antonio, que justo iba pasando por ahí, vio las cosas y se devolvió a buscar. Ahí me vieron y me volvió el alma al cuerpo".

"Cuando uno está agarrado a un boyerín afuera ve pura agua y, bueno, qué más a pensar. 'Hasta aquí nomás llegamos'. Pero yo llevo más de treinta años trabajando en esto. Desde los doce estoy en la mar y siempre he sido pescador. Y claro que voy a seguir porque en esto a uno no lo manda nadie y se trabaja tranquilo y desahogado".

 

 

 

 

"Cuando me encontraron me daban por muerto, pero estaba vivo"

 

 

 

Como ocurre a menudo en esa época, el 12 de diciembre de 1988 el fuego forestal arreciaba en Valparaíso. El voluntario de la Décimo Cuarta, Héctor Rodríguez -placerino de compañía placerina-, estaba en el aeródromo de Rodelillo ayudando a cargar estanques de los aviones cisternas. Otro foco surgió en su cerro y él y un compañero fueron a ver qué podían hacer. El viento impedía controlar nada; vecinos aterrados evacuaban sus viviendas, las llamas destruyeron siete casas y Rodríguez (34 años, casado, dos hijos, máxima condecoración bomberil) terminó en el fondo de una quebrada con el 70 por ciento del cuerpo quemado en el peor de los grados y casi ninguna posibilidad de sobrevivir.

"Eran como las dos y media de la tarde cuando llegamos. Mi compañero, Juan Yergues, bajó a extender la armada y yo fui atrás para ayudarlo en el anclaje. Nos dimos cuenta de que no llegaba nunca el agua y el asunto se ponía peligroso por el humo y el viento. El acceso no era bueno. Mi compañero pudo salir, pero yo fui a dar a una zanja".

"El calor y el humo eran insoportables. Tirado allí, en la quebrada, yo veía cómo arriba se quemaban las casas y estallaban los tubos de gas. Quería arrancar, pero el fuego estaba en todas partes. La carne me colgaba de las manos, pero estaba como adormecido y no me dolía. Me sujeté de un arbusto y me puse a rezar el Padre Nuestro".

"Entonces aparecieron un voluntario de la Décima y otro de mi compañía que me andaban buscando y me daban por muerto. Pero no estaba muerto porque los Rodríguez sufrimos, pero no morimos. ¿Sabe qué les pedí? Les pedí que me taparan la cara con una toalla cuando me sacaran para que arriba no me reconociera nadie y que en la bomba cerraran mi casillero porque lo había dejado abierto y adentro tenía una radiocasete nuevecita".

"Entonces me llevaron a la Asistencia Pública primero y después a Santiago en helicóptero. Lo primero fue que me metieron a una tina con agua temperada y sonó como cuando uno echa un yastá en un vaso de agua, con el mismo chisporroteo, y no me acuerdo qué cosas más".

"Después me practicaron varias operaciones. Me iban a hacer injertos con la piel de mis costados y de la parte delantera, pero me sacaron solamente de los lados. Escuché que iban a probar con tejidos de cerdo o tiburón y parece que eso se hizo, pero no sé de qué animal. Estuve dos meses hospitalizado, tuve que aprender a hacer cosas básicas de nuevo, como comer y caminar, y me demoré más o menos un año en volver a mi vida normal".

"Mis compañeros se portaron excelente. Al principio, cuando estaba en la uti, fueron a la Virgen de lo Vásquez y a Sor Teresa a pedir por mí. Yo siento que ha sido como nacer de nuevo porque sigo en Bomberos, que para mí siempre ha sido la máxima vocación de servicio, de prestar ayuda".

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